3500 Millones
Ideas irreverentes contra la pobreza
3500 millones es la mitad de la población mundial. 3500 millones de personas condenadas cada día a la pobreza. ¿O no? Este es el relato de la contra-crisis y de sus protagonistas. Vivencias e iniciativas desde cada rincón del planeta que demuestran que lo más correcto es también lo más inteligente.
Un verano en Dakar
Escribo desde Dakar, llevo aquí cuatro
semanas y aquí estaré todo el verano trabajando con Save the Children en
la emergencia de Sahel, donde 18 millones de personas viven al borde
del abismo del hambre.
El generador
Lo que peor llevo de la vida en Dakar
son los constantes cortes de electricidad. En medio de la cena o justo
cuando estás a punto de enviar un documento importantísimo, plaf, se va
la luz. Sin previo aviso, sin conmiseración. La primera vez, el apagón
me pilló desprevenida y, cómo decirlo, "desprotegida", en mitad de una
ducha. El primer y más natural impulso humano en tales circunstancias es
soltar un taco, en el idioma que sea, y el segundo buscar a los
vecinos, esto tras recordar donde está la toalla y mientras rezas para
no pisar esa cucaracha muerta que no has querido recoger antes y ahora
te arrepientes. Después de conseguir vestirme a oscuras, salí al portal,
punto de reunión por defecto de toda comunidad, y fue entonces cuando
lo oí por primera vez: el generador.
Cuando se va la luz, se invoca al
generador. Al principio, sin saber si tal cosa era la causa o la
solución del problema, y si se trataba de un dios, una máquina o un
fornido funcionario con excepcionales poderes, la palabra me producía
verdadera fascinación. Y también un poco de miedo: el generador. Las
primeras veces, impresiona sentir que hay algo o alguien tan poderoso,
de quien dependemos para poder seguir con nuestras vidas y enviar
nuestros emails. Pasado un tiempo, lo he integrado con naturalidad en
mis conversaciones, y ahora soy la primera en interesarme, al llegar a
cualquier sitio, sobre si disponen o no de generador, demostrando mi
dominio de las costumbres locales.
Cuanto mejor voy comprendiendo la
situación en el Sahel y el trabajo de los distintos actores humanitarios
en el actual contexto de crisis alimentaria, más me pregunto si no nos
habremos convertido en “ el generador” para las comunidades a las que
proporcionamos ayuda de emergencia. La intervención de emergencia es,
por definición, puntual y temporal, un remedio provisional que no
debería terminar integrándose en las conversaciones, en el paisaje. Ya
estuvimos aquí en 2005, en 2008 y en 2010. Algo falla. Con cada nueva
crisis, las familias resultan más gravemente afectadas. Pierden sus
medios de vida, sus tierras, su ganado, o se endeudan sin posibilidad de
recuperarse a tiempo para poder hacer frente a la siguiente crisis.
Esta dificultad para sobreponerse y adaptarse de cara al futuro es el
llamado “déficit de resiliencia” y explica en parte la creciente
dependencia de la ayuda humanitaria en la región.
No quiero decir que la ayuda sea
contraproducente o innecesaria. Ayudar a otros seres humanos a
sobrevivir, a ganarle la batalla al hambre y la injusticia, es una
obligación ética y política ineludible, en África o en Europa. Pero la
ayuda de emergencia “tradicional” no es suficiente. Los problemas de
fondo necesitan medidas políticas y económicas, ya lo sabemos, pero
también otro tipo de ayuda por parte de las ONG y de los países
donantes. Una ayuda que comprenda todas las necesidades de las familias y
los hogares, más allá de proporcionarles comida y asistencia médica. Lo
explica muy gráficamente Marc Chapon, de Veterinarios sin Fronteras, en
una entrevista
reciente: “Los donantes están centrados en dar comida a la gente, pero
la gente vive de sus animales y para ellos es más importante la salud de
sus animales que la comida de sus familias, porque son los animales los
que les permitirán aguantar más tiempo”.
Los pueblos del Sahel son fuertes y
orgullosos. ¿Y si en vez de generar dependencia, generásemos esperanza
en el futuro y les ayudásemos a construirlo? Algunas organizaciones
trabajan ya con este enfoque y están reclamando un cambio radical en las
políticas y los sistemas de cooperación y humanitario. Pero el
verdadero reto, digámoslo en voz alta, es cómo le decimos al pequeño
donante solidario, a toda la gente que nos ayuda a salvar vidas y sin
cuya colaboración económica nuestro trabajo no sería posible, que
vacunar vacas es igual de importante que vacunar niños. ¿Cómo se hace
una campaña pública sobre resiliencia? ¿Os imagináis un “Apadrina una
vaca” en las marquesinas de Madrid?
Y sin embargo, ¿no es esa esperanza lo
que nos demandan cuando nos miran así? Con esos ojos enormes, incrédulos
y benevolentes, que parecen estar preguntándose si somos dioses,
funcionarios o máquinas.
(Artículo extraído del País.)
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